[Cuento - Texto completo]
Nunca me han gustado los espejos. De pequeña, me parecía curioso cómo un simple fragmento podía reflejar todo nuestro mundo y a nosotros mismos con lujo de detalles, era maravilloso, mágico. Luego, esa sensación fue convirtiéndose en un presentimiento mucho más oscuro. Mi abuela solía decir que los espejos son portales hacia otro mundo, un mundo que no conocemos y que no estoy segura de que quiera conocer.
Por eso he procurado mantenerlos al mínimo en casa. De hecho, solamente hay uno en el baño. Es pequeño y lo uso estrictamente de día, para mirarme con la luz del sol. Pero no demasiado.
Nunca me miro demasiado.
Y es que, cuando te estás arreglando frente al espejo y te ves a ti mismo en esa extraña dimensión, ¿no tienes la sensación de que te están observando? ¿Que ese otro tú al otro lado de esa delgada barrera, no eres tú, si no alguien que ha venido para suplantarte?
Yo he sentido lo mismo desde que era niña y puede que digas que estoy loca, pero estoy segura de que es cierto. Aunque nunca se lo he confiado a nadie, claro está.
Me gusta pensar que este es sólo nuestro secreto.
Comencé a sospechar como a los seis años, una noche en la que me preparaba para ir a dormir. Me cepillaba el pelo como de costumbre frente a mi pequeño tocador, mirándome de manera inofensiva. Recuerdo que me gustaba mucho verme en el espejo, me consideraba una niña bonita y mis padres siempre me lo decían. Con mi carita de muñeca y mi largo pelo castaño.
En ese momento sonreí y mi reflejo hizo lo mismo, pero su gesto era diferente. Creí percibir una pizca de malicia en el modo en que esos labios se curvaron hacia arriba, mientras mis propios ojos me observaban con burla, como si mi otra yo supiera algo que yo desconociera.
Me miré con más atención y entonces, un escalofrío recorrió mi columna vertebral.
Porque sí, esa niña en el espejo se parecía muchísimo a mí, pero no era yo. No sonreía de la misma manera. Y definitivamente, se demoró un segundo haciéndolo cuando mis propios labios volvieron a formar una línea recta, mientras yo empalidecía por mi horrible descubrimiento.
Ahora, quien me devolvía la mirada era una chiquilla sumamente asustada, pero hasta en eso me parecía que se estaba burlando de mí.
Le gustaba imitarme.
Es por eso que odio los espejos. Porque siento que mientras más de ellos haya en casa, más oportunidades va a tener de suplantarme y no pienso darle el gusto. Sé que sigue en el pequeño espejo del baño, vigilándome, buscando una oportunidad para poder entrar. Dejando correr el agua por las noches o levantando la tapa del inodoro para que yo entre por fuerza y pueda atraparme.
Pero siempre ignoro esos ruidos, porque sé cual es su propósito. Y no va a lograrlo.
No vas a lograrlo nunca, ¿me entiendes?
Mi reflejo parece sonreír, desafiante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario