lunes, 14 de junio de 2021

La carretera (de Ray Bradbury)

[Cuento - Texto completo]

La lluvia fresca de la tarde había caído sobre el valle, humedeciendo el maíz en los sembrados de las laderas, golpeando suavemente el techo de paja de la choza. La mujer no dejaba de moverse en la lluviosa oscuridad, guardando unas espigas entre las rocas de lava. En esa sombra húmeda, en alguna parte, lloraba un niño.

 

Hernando esperaba que cesara la lluvia, para volver al campo con su arado de rejas de madera. En el fondo del valle hervía el río, espeso y oscuro. La carretera de hormigón -otro río- yacía inmóvil, brillante, vacía. Ningún auto había pasado en esa última hora. Era, en verdad, algo muy raro. Durante años no había transcurrido una hora sin que un coche se detuviese y alguien le gritara: “¡Eh, usted! ¿Podemos sacarle una foto?” Alguien con una cámara de cajón, y una moneda en la mano. Si Hernando se acercaba lentamente, atravesando el campo sin su sombrero, a veces le decían:

- Oh, será mejor con el sombrero puesto -Y agitaban las manos, cubiertas de cosas de oro que decían la hora, o identificaban a sus dueños, o que no hacían nada sino parpadear a la luz del sol como los ojos de una serpiente. Así que Hernando se volvía a recoger el sombrero.

 

- ¿Pasa algo, Hernando? -le dijo su mujer.

- Sí. El camino. Ha ocurrido algo importante. Bastante importante. No pasa ningún auto.

 

Hernando se alejó de la cabaña, con movimientos lentos y fáciles. La lluvia le lavaba los zapatos de paja trenzada y gruesas suelas de goma. Recordó otra vez, claramente, el día en que consiguió esos zapatos. La rueda se había metido violentamente en la choza, haciendo saltar cacharros y gallinas. Había venido sola, rodando rápidamente. El coche (de donde venía la rueda) siguió corriendo hasta la curva y se detuvo un instante, con los faros encendidos, antes de lanzarse hacia las aguas. El automóvil aún estaba allí. Se lo podía ver en los días de buen tiempo, cuando el río fluía más lentamente y las aguas barrosas se aclaraban. El coche yacía en el fondo del río con sus metales brillantes, largo, bajo y lujoso. Pero luego el barro subía de nuevo, y ya no se lo podía ver.

Al día siguiente Hernando cortó la rueda y se hizo un par de suelas de goma.

Hernando llegó al borde del camino. Se detuvo y escuchó el leve crepitar de la lluvia sobre la superficie de cemento.

 

Y entonces, de pronto, como si alguien hubiese dado una señal, llegaron los coches. Cientos de coches, miles de coches; pasaron y pasaron junto a él. Los coches, largos y negros, se dirigían hacia el norte, hacia los Estados Unidos, rugiendo, tomando las curvas a demasiada velocidad. Con un incesante ruido de cornetas y bocinas. Y en las caras de las gentes que se amontonaban en los coches, había algo, algo que hundió a Hernando en un profundo silencio. Dio un paso atrás para que pasaran los coches. Pasaron quinientos, mil, y había algo en todas las caras. Pero pasaban tan rápido que Hernando no podía saber qué era eso.

Al fin la soledad y el silencio volvieron a la carretera. Los coches bajos, largos y rápidos, se habían ido. Hernando oyó a lo lejos el sonido de la última bocina.

La carretera estaba otra vez desierta.

Había sido como un cortejo fúnebre. Pero un cortejo desencadenado, enloquecido, un cortejo con los pelos de punta, que perseguía a gritos una ceremonia que se alejaba hacia el norte. ¿Por qué? Hernando sacudió la cabeza y se frotó suavemente las manos contra los costados del cuerpo.

 

Y ahora, completamente solo, apareció el último coche. Era verdaderamente algo último. Desde la montaña, camino abajo, bajo la fría llovizna, lanzando grandes nubes de vapor, venía un viejo Ford, con toda la rapidez de que era capaz. Hernando creyó que el coche iba a deshacerse en cualquier momento. Cuando vio a Hernando, el viejo Ford se detuvo, cubierto de barro y óxido. El radiador hervía furiosamente.

- ¿Nos da un poco de agua? ¡Por favor, señor!

El conductor era un hombre joven de unos veinte años de edad. Vestía un sweater amarillo, una camisa blanca de cuello abierto y pantalones grises. La lluvia caía sobre el coche sin capota, mojando al joven conductor y a las cinco muchachas apretadas en los asientos. Todas eran muy bonitas. El joven y las muchachas se protegían de la lluvia con periódicos viejos. Pero la lluvia llegaba hasta ellos, empapando los hermosos vestidos, empapando al muchacho. El muchacho tenía los cabellos aplastados por la lluvia. Pero nadie parecía preocuparse. Nadie se quejaba, y era raro. Estas gentes siempre estaban quejándose, de la lluvia, el calor, la hora, el frío, la distancia.

Hernando asintió con un movimiento de cabeza.

- Les traeré agua.

- Oh, rápido, por favor -gritó una de las muchachas, con una voz muy aguda y llena de temor. La muchacha no parecía impaciente, sino asustada.

Hernando, ante tales pedidos, solía caminar aún más lentamente que de costumbre; pero ahora, y por primera vez, echó a correr.

Volvió en seguida con la taza de una rueda llena de agua. La taza era, también, un regalo del camino. Una tarde había aparecido como una moneda que alguien hubiese arrojado a su campo, redonda y reluciente. El coche se alejó sin advertir que había perdido un ojo de plata. Hasta hoy lo habían usado en la casa para lavar y cocinar. Servía muy bien de tazón.

Mientras echaba el agua en el radiador hirviente, Hernando alzó la vista y miró los rostros atormentados.

- Oh, gracias, gracias -dijo una de las jóvenes-. No sabe cómo lo necesitamos.

Hernando sonrió.

- Mucho tránsito a esta hora. Todos en la misma dirección. El norte.

No quiso decir nada que pudiese molestarlos. Pero cuando volvió a mirar, ahí estaban las muchachas, inmóviles bajo la lluvia, llorando. Lloraban con fuerza. Y el joven trataba de hacerlas callar tomándolas por los hombros y sacudiéndolas suavemente, una a una; pero las muchachas, con los periódicos sobre las cabezas, y los labios temblorosos, y los ojos cerrados, y los rostros sin color, siguieron llorando, algunas a gritos, otras más débilmente.

Hernando las miró, con la taza vacía en la mano.

- No quise decir nada malo, señor -se disculpó.

- Está bien -dijo el joven.

- ¿Qué pasa, señor?

- ¿No ha oído? -replicó el muchacho. Y volviéndose hacia Hernando, y asiendo el volante con una mano, se inclinó hacia él-: Ha empezado.

No era una buena noticia. Las muchachas lloraron aún más fuerte que antes, olvidándose de los periódicos, dejando que la lluvia cayera y se mezclara con las lágrimas.

Hernando se enderezó. Echó el resto del agua en el radiador. Miró el cielo, ennegrecido por la tormenta. Miró el río tumultuoso. Sintió el asfalto bajo los pies.

Se acercó a la portezuela. El joven extendió una mano y le dio un peso.

- No -Hernando se lo devolvió-. Es un placer.

- Gracias, es usted tan bueno -dijo una muchacha sin dejar de sollozar-. Oh, mamá, papá. Oh, quisiera estar en casa. Cómo quisiera estar en casa. Oh, mamá, papá.

Y las otras muchachas se unieron a ella.

- No he oído nada, señor -dijo Hernando tranquilamente.

- ¡La guerra! -gritó el hombre como si todos fuesen sordos-. ¡Ha empezado la guerra atómica! ¡El fin del mundo!

- Señor, señor -dijo Hernando.

- Gracias, muchas gracias por su ayuda. Adiós -dijo el joven.

- Adiós -dijeron las muchachas bajo la lluvia, sin mirarlo.

 

Hernando se quedó allí, inmóvil, mientras el coche se ponía en marcha y se alejaba por el valle con un ruido de hierros viejos. Al fin ese último coche desapareció también, con los periódicos abiertos como alas temblorosas sobre las cabezas de las mujeres.

Hernando no se movió durante un rato. La lluvia helada le resbalaba por las mejillas y a lo largo de los dedos, y le entraba por los pantalones de arpillera. Retuvo el aliento y esperó, con el cuerpo duro y tenso.

Miró la carretera, pero ya nada se movía. Pensó que seguiría así durante mucho, mucho tiempo.

La lluvia dejó de caer. El cielo apareció entre unas nubes. En sólo diez minutos la tormenta se había desvanecido, como un mal aliento. Un aire suave traía hasta Hernando el olor de la selva.

Hernando podía oír el río, que seguía fluyendo, suave y fácilmente. La selva estaba muy verde; todo era nuevo y fresco. Cruzó el campo hasta la casa, y recogió el arado. Con las manos sobre su herramienta, alzó los ojos al cielo en donde empezaba a arder el sol.

- ¿Qué ha pasado, Hernando? -le preguntó su mujer, atareada.

- No es nada -replicó Hernando.

Hundió el arado en el surco.

- ¡Burrrrrrrro! -le gritó al burro, y juntos se alejaron bajo el cielo claro, por las tierras de labranza que bañaba el río de aguas profundas.

- ¿A qué llamarán “el mundo”? -se preguntó Hernando.


viernes, 31 de enero de 2020

Tristes guerras (de Miguel Hernández)

[Poema - Texto completo]
Tristes guerras
si no es amor la empresa.

Tristes. Tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.

Tristes. Tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.

Tristes. Tristes.


jueves, 20 de junio de 2019

Inmortalidad del cangrejo (de José Emilio Pacheco)

[Poema - Texto completo]
Y de inmortalidades sólo creo
en la tuya, cangrejo amigo.
    Te aplastan,
te echan en agua hirviendo,
    inundan tu casa.
Pero la represión y la tortura
de nada sirven, de nada.
No tú, cangrejo ínfimo,
caparazón mortal de tu individuo, ser transitorio,
carne fugaz que en nuestros dientes se quiebra;
no tú sino tu especie eterna: los otros:
el cangrejo inmortal
    toma la playa.


jueves, 13 de junio de 2019

Tonada (de Leopoldo Lugones)

[Poema - Texto completo]
Las tres hermanas de mi alma
novio salen a buscar.
La mayor dice: yo quiero,
quiero un rey para reinar.
Esa fue la favorita,
favorita del sultán.

La segunda dice: yo
quiero un sabio de verdad,
que en juventud y hermosura
me sepa inmortalizar.
Ésa casó con el mago
de la ínsula de cristal.

La pequeña nada dice,
sólo acierta a suspirar.
Ella es de las tres hermanas
la única que sabe amar.
No busca más que el amor,
y no lo puede encontrar.


jueves, 30 de mayo de 2019

El pelo del perro (de Lydia Davis)

[Cuento- Texto completo]
El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que si recogemos suficiente pelo, seremos capaces de recomponer al perro.


viernes, 14 de diciembre de 2018

El Cedro (de Mario Bravo)

[Poema - Texto completo]
Yo, con mis propios brazos, cavé el pozo,
Yo, con mis propias manos, planté el cedro.

Y pasarán los años y los años.
Siempre tendrá la planta gajos nuevos.

Y pasarán los años y los años
Y el cedro sin cesar irá creciendo.

Y pasarán los años y los años.
Y el cedro estará aún joven y yo viejo.

Y en la paz del hogar, si lo consigo,
al familiar amparo del alero,
en mi chochez ingenua de hombre anciano,
contaré sin reposo el mismo cuento.

“Yo, con mis propios brazos, cavé el pozo…”
“Yo con mis propias manos planté el cedro”.

Y pasarán los años y los años.
Y alguien quizá repita en su recuerdo:

“Él, con sus propios brazos, cavó el pozo…”
“El, con sus propias manos, plantó el cedro.”


martes, 28 de agosto de 2018

El amor es ciego y la locura le acompaña (Anónimo)

[Cuento - Texto completo]
Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: “¿Jugamos al escondite? “. La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: "¿Al escondite? ¿Y cómo es eso?"
- Es un juego -explicó la Locura- en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden, y cuando yo haya terminado de contar empezaré a buscarles. El primero que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
El Entusiasmo bailó secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que termino por convencer a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar. La Verdad prefirió no esconderse (¿para qué, si al final siempre la hallaban?), la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiera sido suya), y la Cobardía prefirió no arriesgarse...

- Uno, dos, tres… - comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse; cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino, ideal para la Belleza; que si el bajo de un árbol, perfecto para la Intimidad; que si el vuelo de la mariposa, lo mejor para la Voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnifico para la Libertad. Así que termino por ocultarse en un rayito de sol.
El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo, pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (¡mentira!, en realidad se escondió detrás del arco-iris), y la Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes. ¿Y el Olvido? Se me olvidó dónde se escondió…
Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor todavía no había encontrado un sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

- ¡Un millón! - contó la Locura y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la Pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después escuchó a la Fe cantando a Dios en el cielo. Y a la Pasión y al Deseo los sintió en el vibrar de los volcanes.
En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir donde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo; él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y, al acercarse al lago, descubrió a la Belleza. Y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse.

Así fue encontrando a todos: el Talento entre la hierba fresca, la Angustia en una oscura cueva, la Mentira detrás del arco-iris y hasta el Olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.

Pero el Amor no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas y, cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal y las rosas. Tomó una horquilla y comenzó a mover los ramos, cuando de pronto se escuchó un grito de dolor. Las espinas habían herido en los ojos al Amor. La Locura no sabía qué hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la tierra, el amor es ciego y la locura lo acompaña siempre.



martes, 22 de mayo de 2018

Al otro lado (Anónimo)

[Cuento - Texto completo]
Nunca me han gustado los espejos. De pequeña, me parecía curioso cómo un simple fragmento podía reflejar todo nuestro mundo y a nosotros mismos con lujo de detalles, era maravilloso, mágico. Luego, esa sensación fue convirtiéndose en un presentimiento mucho más oscuro. Mi abuela solía decir que los espejos son portales hacia otro mundo, un mundo que no conocemos y que no estoy segura de que quiera conocer.

Por eso he procurado mantenerlos al mínimo en casa. De hecho, solamente hay uno en el baño. Es pequeño y lo uso estrictamente de día, para mirarme con la luz del sol. Pero no demasiado.

Nunca me miro demasiado.

Y es que, cuando te estás arreglando frente al espejo y te ves a ti mismo en esa extraña dimensión, ¿no tienes la sensación de que te están observando? ¿Que ese otro tú al otro lado de esa delgada barrera, no eres tú, si no alguien que ha venido para suplantarte?

Yo he sentido lo mismo desde que era niña y puede que digas que estoy loca, pero estoy segura de que es cierto. Aunque nunca se lo he confiado a nadie, claro está.

Me gusta pensar que este es sólo nuestro secreto.

Comencé a sospechar como a los seis años, una noche en la que me preparaba para ir a dormir. Me cepillaba el pelo como de costumbre frente a mi pequeño tocador, mirándome de manera inofensiva. Recuerdo que me gustaba mucho verme en el espejo, me consideraba una niña bonita y mis padres siempre me lo decían. Con mi carita de muñeca y mi largo pelo castaño.

En ese momento sonreí y mi reflejo hizo lo mismo, pero su gesto era diferente. Creí percibir una pizca de malicia en el modo en que esos labios se curvaron hacia arriba, mientras mis propios ojos me observaban con burla, como si mi otra yo supiera algo que yo desconociera.

Me miré con más atención y entonces, un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

Porque sí, esa niña en el espejo se parecía muchísimo a mí, pero no era yo. No sonreía de la misma manera. Y definitivamente, se demoró un segundo haciéndolo cuando mis propios labios volvieron a formar una línea recta, mientras yo empalidecía por mi horrible descubrimiento.

Ahora, quien me devolvía la mirada era una chiquilla sumamente asustada, pero hasta en eso me parecía que se estaba burlando de mí.

Le gustaba imitarme.

Es por eso que odio los espejos. Porque siento que mientras más de ellos haya en casa, más oportunidades va a tener de suplantarme y no pienso darle el gusto. Sé que sigue en el pequeño espejo del baño, vigilándome, buscando una oportunidad para poder entrar. Dejando correr el agua por las noches o levantando la tapa del inodoro para que yo entre por fuerza y pueda atraparme.

Pero siempre ignoro esos ruidos, porque sé cual es su propósito. Y no va a lograrlo.

No vas a lograrlo nunca, ¿me entiendes?

Mi reflejo parece sonreír, desafiante.


martes, 15 de mayo de 2018

Romeo y Julieta (de William Shakespeare)

[Obra de teatro- Fragmento]
ACTO QUINTO - ESCENA TERCERA

Un camposanto, en el que se erige el monumento de los Capetos
(Entran París y su paje, llevando flores y una antorcha)

Paris: -Dame esa tea, muchacho ... Aléjate un poco. Apaga la luz, no quiero que me vean ... Tiéndete al pie de aquellos tejos, y aplica el oído al suelo sonoro. La tierra está blanca y hueca, por removerla constantemente la azada; de modo que nadie pisará el cementerio sin que tú lo sientas. Si algo ocurre, da un silbido en señal de que alguien se acerca. Trae esas flores. Márchate y haz lo que te ordeno.

Paje (Aparte): -Me produce cierto temor quedarme solo aquí en el cementerio. No obstante, me atreveré.- (Se retira).

Paris: -¡Dulce flor, tu lecho matrimonial riego con flores! ¡Sepultura adorada, que en tu aposento encierras el modelo más perfecto de la eternidad! Hermosa Julieta, que convives con los ángeles, acepta el postrer homenaje de quien supo honrarte en vida, y muerta, viene a venerar tu tumba con tributos funerarios. ¡Oh dolor! Polvo y mármoles son tu dosel, que con agua olorosa acudiré a regar de noche, o a falta de ella, con lágrimas destiladas por mis quejidos. Las exequias nocturnas que he de celebrar por ti consistirán en llorar y esparcir flores sobre tu fosa ...- (El paje silba).- ¡El paje avisa! ¡Alguien se acerca! ¿Qué planta maldita vaga por la noche por este sitio, interrumpiendo el culto y rito del verdadero amor? ¡Qué! ¡Con una tea! ¡Noche, ocúltame con tu velo por un instante!- (Se retira).

(Entran Romeo y Baltasar, con una tea, un azadón, etcétera).

Romeo: -¡Acércame ese azadón y la palanca de hierro! Toma; a las primeras horas de mañana entrega esta carta a mi padre. Acerca la luz. ¡Te advierto, por tu vida, que veas lo que veas o escuches lo que escuches, debes permanecer fuera de aquí y no me interrumpas! El porqué desciendo a esta cueva de la muerte, en parte es para contemplar el rostro de mi adorada; pero principalmente para quitar de su dedo difunto una sortija preciosa, que necesito para un grato empleo. De modo que ¡retírate pronto! Pero si tú, receloso, regresas a este sitio para espiar mis actos, ¡te juro por los cielos que voy a destrozarte, miembro por miembro, y a esparcir tus restos por este hambriento cementerio! ¡La hora y mis instintos tienen una crueldad salvaje! ¡Son mucho más feroces y desalmados que los tigres hambrientos y el océano bramador!

Baltasar: -Me retiro, señor, y no lo fastidiaré.

Romeo: -De esta manera me demostrarás tu afecto. Toma esto. Vive y sé feliz. ¡Y adiós, buen compañero!

Baltasar (Aparte): -Voy a ocultarme, por eso mismo, cerca de aquí. Me atemorizan sus miradas, y sospecho de sus intenciones.- (Se retira).

Romeo: -¡Tú, buche abominable, seno de muerte, repleto del bocado más exquisito de la tierra, así fuerzo yo a que se abran tus quijadas podridas, y en compensación he de atiborrarte de nuevo pasto!- (Abre la tumba).

Paris: (Aparte): -Ése es aquel exiliado malvado Montesco que asesinó al primo de mi amada, y de cuyo dolor se cree que sucumbió esa bella criatura. ¡Y viene ahora a cometer alguna torpe profanación con los difuntos! Voy a aprehenderlo ...- (Adelantándose).- ¡Sacrílego Montesco! ¡Suspende tus indignos propósitos! ¿Puede llevarse la venganza más allá de la muerte? ¡Desdichado villano! ¡Date preso! Obedéceme y sígueme, pues debes morir.

(Entra Romeo).

Romeo: -¡Debo morir, verdaderamente, y a morir he venido! ... Apreciable y gentil mancebo, no tientes a un hombre desesperado. ¡Huye de aquí y déjame! Piensa en éstos que partieron; que ellos te infundan temor. Te lo suplico, doncel; no agregues un pecado más a mis culpas, desesperándome hasta el furor. ¡Oh, vete! Te juro por el cielo que te aprecio más que a mí mismo, porque armado contra mí solo he venido hasta aquí. ¡No te detengas! ¡Huye en seguida! ¡Vive, y di luego que la clemencia de un loco te obligó a que salieras de aquí!

Paris: -¡Desprecio tus conjuros, y te prendo aquí, por criminal!

Romeo: -¿Intentas provocarme? ¡Defiéndete, entonces, muchacho!- (Riñen).

Paje: -¡Oh Dios; pelean! ¡Llamaré a la ronda!- (Sale).

Paris: -¡Oh! ¡Muerto soy!- (Cae).- ¡Si tienes compasión, abre la tumba y colócame con Julieta!- (Muere).

Romeo: -¡Lo haré por mi fe! ... Veamos de cerca esa cara ... ¡El pariente de Mercurio! ¡El noble conde de Paris! ... ¿Qué me decía mi criado durante el viaje, cuando mi alma, en medio de sus tempestades, no le atendía? Creo que me contaba que París se iba a casar con Julieta ... ¿No era eso lo que dijo, o lo he soñado? ¿O es que estoy tan loco que oyéndole hablar de Julieta imaginé tal cosa? ... ¡Dame la mano, tú que, como yo, has sido inscrito en el libro funesto de la desgracia! ¡Yo te enterraré en una tumba triunfal! ¿Una tumba? ¡Oh, no; una linterna, joven víctima! Porque aquí descansa Julieta, y su hermosura transforma esta cripta en un regio salón de fiestas, radiante de luz.- (Colocando a Paris en el mausoleo).- ¡Muerte, un muerto te entierra! ... ¡Cuántas veces, cuando los hombres están a punto de expirar, experimentan un instante de alegria al que llaman sus enfermeros el relámpago precursor de la muerte! ¡Oh! ¿Cómo puedo llamar a esto un relámpago? ¡Oh! ¡Amor mío! ¡Esposa mía! ¡La muerte que ha saboreado el néctar de tu aliento, ningún poder ha tenido aún sobre tu belleza! ¡Tú no has sido vencida! ¡La enseña de la hermosura ostenta todavía su carmín en tus labios y mejillas, y el pálido estandarte de la muerte no ha sido enarbolado aquí! ... Teobaldo, ¿eres tú quien yace en esa sangrienta mortaja? ¡Oh! ¿Qué mayor favor puedo hacer por ti que, con la mano que segó en flor tu juventud, tronchar la del que fue tu adversario? ¡Perdóname, primo mío! ¡Ah! ¡Julieta querida! ¿Por qué eres aún tan bella? ¿Habré de creer que el fantasma incorpóreo de la muerte se ha prendado de ti y que ese aborrecible monstruo descarnado te guarda en estas tinieblas, reservándote para manceba suya? ¡Así lo temo, y por ello permaneceré siempre a tu lado, sin salir jamás de este palacio de noche sombría! ¡Aquí, aquí quiero quedarme con los gusanos, doncellas de tu servídumbre! ¡Oh! ¡Aquí fijaré mi eterna morada, para librar a esta carne, hastiada del mundo, del yugo del mal influjo de las estrellas! ... ¡Ojos míos, lancen su última mirada! ¡Brazos, den su último abrazo! Y ustedes, ¡oh, labios!, puertas del aliento, sellen con un legítimo beso el pacto sin fin con la acaparadora muerte.- (Cogiendo el frasco del veneno)- ¡Ven, amargo conductor! ¡Ven, guía fatal! ¡Tú, desesperado piloto, lanza ahora de golpe, para que vaya a estrellarse contra las duras rocas tu maltrecho bajel, harto de navegar!- (Bebiendo)- ¡Brindo por mi amada! ¡Oh, sincero boticario!, ¡tus drogas son activas! ... Así muero ..., ¡con un beso! ...- (Muere).

(Entra por el otro extremo del cementerio Fray Lorenzo con una linterna, una palanca y un azadón)

Fray Lorenzo: -¡San Francisco me ayude! ¡En cuántas ocasiones han tropezado esta noche con las tumbas mis viejos pies! ¿Quién va? ...

Baltasar: -Aquí, un amigo que lo conoce bien.

Fray Lorenzo: -¡Dios te bendiga! Dime, mi buen amigo, ¿aquella tea que en vano presta luz a los gusanos y vacías calaveras, no arde en el panteón de los Capuletos?

Baltasar: -Así es, venerable señor, y allí está mi amo, a quien aprecias.

Fray Lorenzo: -¿Quién?

Baltasar: -Romeo.

Fray Lorenzo: -¿Hace mucho que está aquí?

Baltasar: -Media hora.

Fray Lorenzo: -Ven conmigo a la cripta.

Baltasar: -No me atrevo, señor. Mi amo no sabe que estoy aquí, y me ha amenazado terriblemente de muerte si me quedaba para acechar sus intentos.

Fray Lorenzo: -Quédate, entonces. Iré yo solo. El miedo se apodera de mí. ¡Oh, mucho temo un funesto accidente!

Baltasar: -Cuando me encontraba durmiendo al pie de aquel tejo, soñé que mi amo y otro se batían, y que mi amo lo mataba.

Fray Lorenzo: -¡Romeo!- (Avanzando).- ¡Ay! ¡Ay! ¿Qué sangre es ésta que mancha los umbrales de piedra de este sepulcro? ¿Qué significan estas espadas enrojecidas, abandonadas y sangrientas, en esta mansión de paz?- (Entrando en el panteón).- ¡Romeo! ¡Oh, pálido! ... ¿Quién más? ¡Cómo! ¿Paris también? ¡Y bañado en sangre! ¡Ah! ... ¿Qué hora terrible ha sido culpable de este lance desastroso? ... La señora rebulle ...- (Julieta despierta).

Julieta: -¡Oh fraile consolador! ¿Dónde está mi esposo? Recuerdo bien dónde debía hallarme, y aquí estoy. ¿Dónde está mi Romeo?- (Ruido dentro).

Fray Lorenzo: -¡Oigo cierto rumor! ¡Señora, abandonemos este antro de muerte, contagio y sueño contranatural! ¡Un poder superior a nuestras fuerzas ha frustrado nuestros planes! Vámonos, vámonos de aquí. Tu esposo yace ahí muerto, en tu seno; y París también. Ven, yo te haré ingresar en una comunidad de santas religiosas. ¡No me interrogues, pues la ronda se acerca! ¡Vamos, ven, buena Julieta! ¡No me atrevo a permanecer más tiempo!

Julieta: -¡Vete, márchate de aquí, pues yo no me moveré!- (Sale Fray Lorenzo).- ¿Qué veo? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor? ¡El veneno, por lo visto, ha sido la causa de su prematuro fin! ... ¡Oh, ingrato! ¿Todo lo apuraste, sin dejar una gota amiga que me ayude a seguirte? ¡Besaré tus labios! ... ¡quizá quede en ellos un resto de ponzoña para hacerme morir con un reconfortante!- (Bésame).- ¡ Tus labios están calientes aún!

Guardia primero (Dentro): -¡Guíanos, muchacho! ¿Por dónde?

Julieta: -¿Qué? ¿Rumor? ¡Seamos breves, entonces!- (Cogiendo la daga de Romeo) -¡Oh, daga bienhechora! ¡Ésta es tu vaina!- (Hiriéndose).- ¡Enmohécete aquí y dame la muerte!- (Cae sobre el cadáver de Romeo y muere).-

(Entra la ronda con el paje de Paris).

Paje: -Éste es el sitio; allí donde arde la tea.

Guardia primero: -Está el suelo ensangrentado. Recorran el cementerio y aprehendan a quienquiera que hallen ... ¡Qué desolador espectáculo! ¡Aquí yace asesinado el conde, y Julieta sangrando, caliente y recién fallecida, tras haber estado aquí dos días sepultada! Vayan a buscar al Príncipe; corran a casa de los Capuletos; despierten a los Montescos; que algunos otros practiquen indagaciones. Vemos el lugar donde ha ocurrido esos desastres, pero cómo se han originado no podemos saberlo sin conocer las circunstancias.

(Entran algunos guardias con Baltasar).

Guardia segundo: -¡Aquí está el criado de Romeo! Lo hemos encontrado en el cementerio.

Guardia primero: -Vigílenlo bien, hasta que llegue el Príncipe.

(Vuelve a entrar Fray Lorenzo y otros guardias).

Guardia tercero: -Aquí hay un fraile que tiembla, suspira y llora. Le hemos quitado este azadón y esta piqueta cuando venía de este lado del cementerio.

Guardia primero: -¡Sospecha grave! Detengan al fraile también.

(Entra el Príncipe con su séquito).

Príncipe: -¿Qué desgracia tan madrugadora viene a robarnos el sueño matinal?

(Entran Capuleto y su esposa, y otros).

Capuleto: -¿Qué es eso, qué grita la gente en todas partes?

Señora de Capuleto: -El pueblo exclama por las calles, unos Romeo, otros Julieta y otros París, y todos corren con grandes clamores hacia nuestro panteón.

Príncipe: -¿Qué terror es ése que causa sobresalto en nuestros oídos?

Guardia primero: -Soberano, aquí yace el conde París, asesinado, y Romeo, muerto, y Julieta, muerta también, caliente y recién asesinada.

Príncipe: -¡Busquen, indaguen y descubran cómo ha ocurrido esta horrenda matanza!

Guardia primero: -Aquí está un fraile y el criado del difunto Romeo con varias herramientas que llevaban, propias para abrir las tumbas de esos muertos.

Capuleto: -¡Oh, cielos! ¡Ay, esposa! ¡Ve cómo sangra nuestra hija! Este puñal erró su camino, pues, mira, su vaina está vacía en el cinto de Montesco, y se ha envainado equivocadamente en el pecho de nuestra hija.

Señora de Capuleto: -¡Ay de mí! ¡Este espectáculo de muerte es como una campana que llama mi vejez al sepulcro!

(Entran Montesco y otros).

Príncipe: -Acércate, Montesco, pues temprano te levantas para ver caído más tempranamente todavía a tu hijo y heredero.

Montesco: -¡Ay, monseñor! ¡Mi esposa ha expirado esta noche! La pena producida por el exilio de mi hijo cortó su aliento. ¿Qué otros dolores conspiran contra mi ancianidad?

Príncipe: -¡Mira, y verás!

Montesco: -¡Oh, tú, descomedido! ¿Qué maneras son ésas de precipitarte a la tumba antes que tu padre?

Príncipe: -Sella por un momento el ultraje, en tanto aclaramos estas ambigüedades, y sepamos su origen, su causa, su verdadera sucesión, y entonces yo seré caudillo de sus dolores y los guiaré hasta la muerte. Calma mientras, y que la desventura sea esclava de la resignación. Que comparezcan ante mí las partes sospechosas.

Fray Lorenzo: -Yo soy la principal, si bien la menos capaz de llevar a cabo semejantes actos. Sin embargo, soy sospechoso en gran manera, toda vez que la hora y el lugar deponen contra mí en esa horrible carnicería. Y heme aquí dispuesto a acusarme y defenderme, siendo yo mismo quien se disculpa y condena.

Príncipe: -Entonces di en seguida lo que sepas del asunto.

Fray Lorenzo: -Seré breve, pues el corto plazo que me queda de vida no es tan largo como el enojoso relato del suceso. Romeo, aquí muerto, era esposo de Julieta, y ella ahí difunta, era fiel consorte de dicho Romeo. Yo los casé, y el día de su secreto matrimonio fue el último de Teobaldo, cuya muerte temprana fue causa de que el novel esposo saliera exiliado de esta ciudad, por el cual, y no por Teobaldo, padecía Julieta. Usted- (a Capuleto)-, con objeto de alejar de ella aquel asalto de dolor, la prometiste al conde de Paris, y se empeñó en casarla con él, contra su voluntad. Entonces vino ella a mí, y, con el semblante turbado me rogó que trazara algún medio para librarla de este segundo matrimonio, o, de lo contrario, allí mismo, en mi celda, se daría la muerte. Aleccionado entonces por mi experiencia, le di un brebaje letárgico, que obró como yo esperaba, pues produjo en ella la apariencia de la muerte. Mientras tanto, yo escribí a Romeo para que viniera aquí esta misma desgraciada noche, con intención de que me ayudara a sacar a Julieta de su falsa tumba, por ser el tiempo en que debía terminar la fuerza del narcótico. Mas el portador de mi carta, Fray Juan, se vio detenido por accidentes fortuitos, y ayer por la noche me devolvió la misiva. Entonces, yo solo, a la hora prevista para despertar a Julieta, he acudido a sacarla de la cripta de sus antepasados, con ánimo de guardarla secretamente en mi celda hasta que hallara yo ocasión de mandar aviso a Romeo. Pero cuando he llegado, breves minutos antes del instante en que despertara ella, yacían aquí muertos prematuramente el noble Paris y el fiel Romeo. Se despertó ella: comencé a instarla para que saliera de aquí y soportarse con paciencia este golpe de los cielos; pero en aquel momento se oyó un rumor que me hizo huir sobresaltado del mausoleo. Ella, desesperada en demasía, se resistió a seguirme, y, según todas las apariencias, ha atentado violentamente contra su propia persona. He aquí cuanto sé; y en lo que respecta al casamiento, el Ama se halla al corriente. De modo que, si en este suceso ha salido mal alguna cosa por culpa mía, sacrifiquen mi vida, ya caduca, breves horas antes de su fin, bajo el peso de la ley más severa.

Príncipe: -Siempre te tuvimos por un santo varón. ¿Dónde está el criado de Romeo? ¿Qué puede manifestar acerca del caso?

Baltasar: -Llevé a mi amo la noticia de la muerte de Julieta, y al punto, corriendo la posta, vino de Mantua a este mismo sitio, a este mismo mausoleo. Me encargó que de madrugada entregara esta carta a su padre, y en el instante de penetrar en la cripta me amenazó de muerte si no me marchaba y lo dejaba allí solo.

Príncipe: -Dame la carta, quiero verla. ¿Dónde está el paje del conde, el que llamó a la ronda? Muchacho, di ¿qué hacía en este lugar tu amo?

Paje: -Vino con flores, para esparcirlas sobre la tumba de su dama. Me mandó que permaneciese algo distante, lo que hice acto seguido. Inmediatamente llegó un hombre con una luz a abrir el panteón, y un momento después mi amo lo acometió con el acero desnudo, y entonces salí corriendo a llamar a la ronda.

Príncipe: -Esta carta prueba las palabras del monje. En ella se narran los incidentes de tales amores, la noticia de la muerte de Julieta, y aquí escribe Romeo que adquirió de un pobre boticario un veneno, con el que vino a esta cripta decidido a morir y reposar aliado de su amada. ¿Dónde están esos enemigos? ¡Capuleto! ¡Montesco! ¡Miren qué castigo ha caído sobre sus odios! ¡Los cielos han hallado modo de destruir vuestras alegrías por medio del amor! ¡Y yo, por haber tolerado sus discordias perdí también a dos de mis parientes! ¡Todos hemos sido castigados!

Capuleto: -¡Oh, hermano Montesco! Dame tu mano. Ésta es la viudez de mi hija, pues nada más puedo pedir.

Montesco: -Pero yo puedo ofrecerte más. Porque erigiré una estatua de oro puro, para que, en tanto Verona se llame así, ninguna efigie sea tenida en tan alto precio como la de la fiel y constante Julieta.

Capuleto: -Tan rica como la suya tendrá otra Romeo, junto a su esposa. ¡Pobres víctimas de nuestra enemistad!

Príncipe: -Una paz lúgubre trae esta alborada. El sol no mostrará su rostro, a causa de su duelo. Salgamos de aquí para hablar más extensamente sobre estos sucesos lamentables. Unos obtendrán perdón y otros castigo, pues nunca hubo historia más dolorosa que esta de Julieta y su Romeo.- (Salen).


jueves, 3 de mayo de 2018

Una historia sin sentido (Anónimo)

[Cuento - Texto completo]
El cielo se abrió y la Luna quedó al descubierto. Una piedra lanzada desde una gomera le había producido una hendidura y ahora la grieta se hacía cada vez mayor.
Poco tiempo pudo aguantar y la herida terminó por matarle. El hoyo producido se fue extendiendo y el contenido que rellenaba la roca blanca se vertió sobre el planeta.

En la Tierra, la gente brillaba con distintos colores, cada uno reflejando sus sentimientos.
Pero, al mirar al cielo, todas cambiaron y se mantuvieron en dos colores, el del miedo y el de la preocupación.

La gente corrió en una vorágine extrema. Era un mar de luces naranjas que se movían por doquier, intentando escapar de su destino. De negras a naranjas fueron alternando, produciendo un espectáculo hermoso visto desde el espacio.

La Luna se seguía vaciando, su líquido blanco, espero e inodoro caía en forma de catarata a la tierra y cubría el suelo deborando todo a su paso.
Sin embargo, al ser tragadas por el contenido del satélite, las luces cambiaron de color de negro o naranja a un blanco más brillante que el propio medio donde se encontraban.
Sorprendidos porque sus luces no se habían apagado, estaban como flotando en aquella sustancia. Podían ver y respirar dentro de ella y para moverse debían nadar, pero si no lo hacían, no se hundían.
Algunas personas cambiaron su luz y comenzaron a brillar con un tono amarillento que nunca habían experimentado. Al tener ese tono, sus cuerpos descendieron al suelo y pudieron moverse libremente.
No pasó mucho hasta que entedieron lo que sucedía. El Sol, al observar la situación, se mutiló para que parte de su escencia caiga a la Tierra y salve a las personas.
El Sol se fue apagando poco a poco, a medida que la Tierra volvía a la normalidad.
Muchos perecieron, incluyendo aquel que provocó la herida a la Luna.

El maná del astro fue desaparecieron hasta que la estrella perdió todo su color. Sin embargo, no se perdió, sino que pasó a todos los humanos del planeta que ahora brillaban la intensidad del Sol.
Los hermanos habían desaparecido físicamente, pero sus escencias se fusionaron con las almas de los supervivientes.
Cada uno ahora poseía el poder de hacer crecer los cultivos, de dar calor y frio, de dar brillo y oscuridad, de reconfortar el día y de deslumbrar a su alrededor. En mayor y menos medida, cada ser humano poseía la magia del Sol y de la Luna en su interior.
El brillo y los colores continuaban, pero ahora alternaban entre dos, el blanco y el amarillo.
Los sobrevivientes no fueron muchos, sin embargo, gracias a lo sucedido, los cultivos, la ganadería, la pesca, la calidad de vida en general, aumentó para los que permanecieron de pie.
Cada persona se había convertido en un Sol y en una Luna en si mismos, no solo eso, sino que la mismísima Tierra, el propio planeta, también comenzó a brillar dándo origen a nuevas posibilidades, nuevos frutos, nuevos animales, nuevas comidas y nuevas ideas.

El brillo los mantenía con vida, era su esperanza y su alegría. Aquella era comenzó desde aquel día y se la conoció como la “Era de la grandeza”.


Fuente: http://humorpensante.com/2017/07/13/una-historia-sin-sentido/

lunes, 23 de abril de 2018

Brillante silencio (de Spencer Holst)

[Cuento - Texto completo]
Dos osos kodiak de Alaska formaban parte de un pequeño circo en que la pareja aparecía todas las noches en un desfile empujando un carro cubierto. A los dos les enseñaron a dar saltos mortales y volteretas, a sostenerse sobre sus cabezas y a danzar sobre sus patas traseras, garra con garra y al mismo compás. Bajo la luz de los focos, los osos bailarines, macho y hembra, fueron pronto los favoritos del público.

El circo se dirigió luego al sur, en una gira desde Canadá hasta California y, bajando por México y atravesando Panamá, entraron en Sudamérica y recorrieron los Andes a lo largo de Chile, hasta alcanzar las islas más meridionales de la Tierra de Fuego. Allí, un jaguar se lanzó sobre el malabarista y, después, destrozó mortalmente al domador. Los conmocionados espectadores huyeron en desbandada, consternados y horrorizados. En medio de la confusión, los osos escaparon. Sin domador, vagaron a sus anchas, adentrándose en la soledad de los espesos bosques y entre los violentos vientos de las islas subantárticas. Totalmente apartados de la gente, en una remota isla deshabitada y en un clima que ellos encontraron ideal, los osos se aparearon, crecieron, se multiplicaron y, después de varias generaciones, poblaron toda la isla. Y aún más, pues los descendientes de los dos primeros osos se trasladaron a media docena de islas contiguas. Setenta años después, cuando finalmente los científicos los encontraron y los estudiaron con entusiasmo, descubrieron que todos ellos, unánimemente, realizaban espléndidos números circenses.

De noche, cuando el cielo brillaba y había luna llena, se juntaban para bailar. Formaban un círculo con los cachorros y otros osos jóvenes, y se reunían todos al abrigo del viento, en el centro de un brillante cráter circular dejado por un meteorito que había caído en un lecho de creta. Sus paredes cristalinas eran de creta blanca, su suelo plano brillaba, cubierto de gravilla blanca, y bien drenado y seco. Dentro de él no crecía vegetación. Cuando se elevaba la luna, su luz, reflejada en las paredes, llenaba el cráter con un torrente de luz lunar, dos veces más brillante en el suelo del cráter que en cualquier otro lugar próximo. Los científicos supusieron que, en principio, la luna llena recordó a los dos osos primigenios la luz de los focos del circo y, por tal razón, bailaban bajo ella. Pero, podríamos preguntarnos, ¿qué música hacía que sus descendientes también bailaran?

Garra con garra, al mismo compás… ¿qué música oirían dentro de sus cabezas mientras bailaban bajo la luna llena en la aurora austral, mientras danzaban en brillante silencio?


miércoles, 14 de marzo de 2018

La muerte y la inmortalidad (de Paul O'Callaghan)

[Ensayo - Fragmento]
La impropiedad de muerte

La muerte se presenta al hombre no como un proceso de decaimiento por así decirlo “neutro”, suave o natural, sino como algo que no debería ocurrir, algo sencillamente intolerable y repugnante, algo metafísicamente deficiente. El hombre rechaza instintivamente la gradual disgregación de su vida que culmina con la muerte; rechaza la muerte misma, también cuando es repentina. El hombre quiere vivir; todo hombre quiere seguir viviendo. Por esta razón, espontáneamente considera la muerte como el mal mayor de su existencia, el mal que de algún modo encierra, expresa y hace culminar todos los demás males.

La tendencia exacerbada, común en nuestro tiempo, a querer desembarazarse de la conciencia de la muerte es indicio de lo mismo. Son muchos los autores (entre ellos, Max Scheler, Theodor Adorno y Karl Jaspers) que han reflexionado sobre la tendencia humana de no querer mirarla a la cara, sobre el esfuerzo actual de quitar la noción de la muerte de la conciencia humana, evitando pensar en la propia muerte. Entre ellos el antropólogo Louis-Vicent Thomas, en sus estudios sobre las implicaciones antropológicas de la muerte, describe una especie de acuerdo tácito entre muchos hombres de nuestra época de no hablar de la muerte, ni escribir sobre ella, ni pensar en ella. El hecho es que, como hace varios siglos decía el inglés E. Young, "todos piensan que son mortales los demás, pero no ellos mismos". En efecto, el hombre prefiere considerar la muerte como un fenómeno que afecta a la naturaleza humana en general, a los demás, y no al individuo, a nosotros mismos. "Al decir 'se muere'", observó con acierto Heidegger, "va implícita la creencia de que la muerte se refiere al se, a lo que es impersonal" y no al individuo humano.

Se podría objetar, de todas formas, que la visión cristiana de la muerte no se mueve en esa dirección, pues la muerte parece un bien deseable. "Para mí, el vivir es Cristo, y el morir una ganancia", decía abiertamente san Pablo a los Filipenses [1,21]. Y en el libro del Apocalípsis se lee: "Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor" [14,13]. También entre algunos autores estoicos se habla de la muerte de modo positivo. "Bona mors est homini, vitae quae extinguit mala", escribió Publio Siro: "buena es la muerte para el hombre, pues extingue los males de la vida". También varios autores importantes de la época del idealismo romántico —por ejemplo Moses Mendelssohn, Goethe, Hölderlin, Rilke, y en un cierto sentido Schopenhauer— consideraron la muerte como algo sumamente deseable, como algo realizador del hombre. F. Schiller sugiere que "la muerte no puede ser un mal desde el momento que es algo general, para todos". A. Schopenhauer dice lo mismo que Schiller en un modo pesimista: "¡No temas! Con la muerte dejas de ser algo, que mejor hubiera sido no haber empezado a serlo" . "En el fondo somos algo que no debería ser; por eso cesamos de serlo un día". Y añade: "quizás la propia muerte será para nosotros la cosa más fabulosa del mundo". Para R. M. Rilke, la muerte es la "familiar y cordial invasión de la tierra". Para Hölderlin, la muerte es la consumación de la vida.

Quizás este espíritu ha llevado el biblista protestante Oscar Cullmann a observar que "tras la concepción pesimista de la muerte se oculta una concepción optimista de la creación. En cambio, cuando se considera a la muerte como libertadora, como sucede en el platonismo, el mundo visible no es reconocido como creación divina".

Se trata de una posición que ha influido no poco en algunas filosofías modernas, particularmente en la de Heidegger, apenas considerada, y en algunos planteamientos filosóficos y teológicos recientes inspirados en él. Entre los teólogos que durante el siglo xx se han planteado la muerte como algo positivo y realizador del hombre, se cuentan por ejemplo Karl Rahner y Ladislao Boros.

Pero desde el punto de vista fenomenológico es justo decir que el enigma de la muerte no lo resuelven las explicaciones abstractas que buscan refugio en una 'naturaleza' humana mortal o en las explicaciones espiritualistas varias. Por eso decía Simone de Beauvoir: "No existe la muerte natural. Todos los hombres son mortales: pero para cada hombre la muerte es como un accidente que, aunque lo reconozca y lo consienta, es en realidad una violencia indebida".

Esta conciencia espontánea de la impropiedad de la muerte llevaba a Jean-Paul Sartre a reflexionar coherentemente sobre lo absurdo que es una vida que se apaga con la muerte, y concluye: "todo lo que existe nace sin razón, se prolonga en la debilidad, y muere por casualidad". No se puede decir, sin embargo, que la muerte sea antinatural, añade Sartre, por la sencilla razón que no existe una naturaleza humana definible con respecto a la cual "pudiera comprobarse el carácter absurdo de la muerte". Sartre ha criticado como absurda la visión superficialmente optimista del hombre que vive lúcidamente como un ser-para-la-muerte. En efecto, Heidegger afirmaba que la autenticidad se alcanza sólo cuando el hombre se adelanta hacia su propia muerte. Y Sartre respondía a esta posición: "Lo más probable es que nos muramos antes de cumplir nuestra tarea… Esta perpetua aparición de la contingencia en mi existencia no puede ser considerada como mi posibilidad, sino, al contrario, como la aniquilación de todas mis posibilidades, una aniquilación que en sí no es más que una de mis posibilidades".

En un modo semejante, hacia el final de la época del idealismo romántico, Søren Kierkegaard expresaba un acentuado desdén hacia las imágenes que presentan la muerte bajo una luz positiva, como si fuese algo capaz de realizar al hombre, como si fuese, por ejemplo, 'una noche de reposo', o 'un dulce sueño'. Asimismo Sciacca describe gráficamente los infinitos "disfraces de la muerte" que el hombre inventa. En un modo excepcionalmente lúcido y realista, santo Tomás de Aquino ya había insistido que la muerte es un mal, el mal más espantoso que existe en el orden creado, por la sencilla razón de que en ella se acaba la vida, y la vida es el bien más grande que Dios ha creado. La muerte es "la más grande de las desgracias humanas", es la passio maxime involuntaria, una pasión contraria a las sanas y espontáneas inclinaciones humanas, pues en ella se quita la vida. Todos los males convergen hacia la muerte. Por esta razón, la supervivencia extra-corpórea del alma humana, cuya función según Santo Tomás es precisamente la de ser 'forma' del cuerpo, tiene no es fácilmente comprensible.

Frecuentemente en la tragedia griega la muerte se presenta en un modo semejante. El poeta Eurípides habla de la muerte como una de las dramatis personae, siendo la "enemiga de los hombres y odiada de los dioses". Lo mismo Homero y Hesíodo.

jueves, 8 de marzo de 2018

Feminismo, por mujeres

[Citas]
"No les deseo a las mujeres poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas"
Mary Wollstonecraft

"Sólo sé que la gente me llama feminista siempre que expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo."
Rebecca West

"Feminismo es la única palabra que significa: nos aseguraremos de ser legalmente iguales a los hombres, de que si te violan se considerará un crimen, de que tu dinero te pertenece y de que nunca puedes ser posesión de alguien"
Caitlin Moran

"La importancia del movimiento feminista (cuando no es cooptado por fuerzas oportunistas y reaccionarias) es que ofrece un nuevo punto de encuentro ideológico para los sexos, un espacio para la crítica, la lucha y la transformación."
bell hooks

"Lo que no se dice es que las mujeres podrían ser más ambiciosas y enfocadas porque nunca hemos tenido otra opción. Hemos tenido que luchar para votar, trabajar fuera del hogar, trabajar en entornos libres de acoso sexual, asistir a las universidades de nuestra elección, y también hemos tenido que probarnos una y otra vez para recibir cualquier consideración"
Roxane Gay

"Tanto 'masculino' como 'femenino' no son esencias, sino categorías sociales formadas a través de experiencias sociales cambiantes. No sólo son impuestas desde fuera de nosotros, ni tampoco sólo son impuestas desde dentro de nosotros, también han sido adquiridas subjetivamente como parte de nuestra comprensión de quiénes somos. Pero en una cultura patriarcal es obvio que las mujeres se vean obligadas a adoptar un punto de vista masculino en la producción y consunción de imágenes con más frecuencia de lo que los hombres deben adoptar uno femenino."
Rose Mary Betterton